03 Mar EL BARRIO DONDE YO VIVO
Las dos amigas se paseaban por el centro de la ciudad, miraban las tiendas y entraban tímidamente para curiosear. Los artículos eran muy bonitos y atraían sus grandes ojos que se quedaban abiertos un largo rato. Mientras tanto, miles de fantasías se agolpaban en sus corazones.
Un supermercado mostraba tartas de cumpleaños, a través de la vitrina se veían los colores rosados, verdes, naranjas. ¿Qué sabor debían tener esos dulces? A veces se podían encontrar restos entre los escombros, detrás de los almacenes…
En el centro todo era distinto. Había calles asfaltadas, aceras y semáforos. Solo algunos rincones recordaban a las callejuelas del barrio donde vivían, por sus hoyos llenos de barro y basura.
La ropa de las boutiques era también lujosa, llena de bordados dorados y de lentejuelas. Los juguetes eran los mejores, las muñecas de piel blanca, vestidas de uniforme o de princesa.
Llegaron más tarde al mercado, donde intentaron conseguir la mayor cantidad posible de salsa de tomate. A cambio, ofrecieron los pocos billetes de 500 francos congoleños, rotos y casi sin color, que traían en sus manecitas bien cerradas.
Corrían con sus falditas cortas saltando al aire y sus trenzas bien apretadas haciendo dibujos en sus cabezas. Corrían entre los coches y las motos, que circulaban desordenadamente a pesar de las instrucciones de los guardias de tráfico. Los robots-semáforo, señalaban sonrientes con sus luces en las manos y las piernas, moviéndose como las marionetas de una feria.
De cuando en cuando se detenían al escuchar la música de los puestos de venta o los restaurantes. Entonces, se ponían a bailar como locas, llenas de alegría. La música sí que era la misma que se escuchaba y se bailaba en el barrio.
Al volver a casa, las dos niñas entregaron las latitas de tomate a la mamá, que las había enviado al mercado grande. Al día siguiente, las venderían en la esquina de la calle del barrio. Allí no había luces ni agua corriente, ni tampoco semáforos ni escaparates.
La música se oía al otro lado de la calle y la mamá podía ver a las dos amigas bailando. Bailaban como locas, llenas de alegría.
H. Mª Ángeles Cubillo
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